El llamado rito mozárabe, visigótico o hispánico, es la liturgia de la antigua Iglesia española que se consolidó en torno al siglo VI en la península Ibérica, en el Reino visigodo de Toledo, y que fue practicada en los territorios hispánicos hasta el siglo XI, tanto en áreas bajo dominio cristiano como musulmán. A ella se asocia un tipo de canto, que llamamos propiamente canto mozárabe.
La organización de una historia de la Liturgia Mozarabe es muy difícil, debido a que la mayoría de las fuentes literarias pertenecen, las más antiguas, a los siglos VII y VIII
Se sabe poco sobre el origen y la formación de la liturgia y sobre el canto asociado a ella. Obviamente, el origen se halla en relación con la expansión del cristianismo en la península Ibérica durante los primeros siglos de nuestra era. La provincia de Hispania fue una de las que más pronto fueron cristianizadas en la parte occidental del Imperio romano, hecho favorecido por tres importantes factores:
Corona votiva de Recesvinto († 672).
La corona votiva es un objeto litúrgico propio de los reyes visigodos.Lo único conocido sobre las comunidades judías en Hispania en los primeros siglos de nuestra era es que la mayor parte de las antiguas comunidades permanecen fieles al judaísmo, que en Hispania tuvo desde muy pronto una organización sinagogal, y de la que derivaría posteriormente el sefardismo. Frente a ellos, parte de los recién llegados tras la destrucción de Jerusalén y las guerras judaicas se había convertido o se convertiría a la nueva religión cristiana, que en un primer momento no era sino una rama del judaísmo.
Tras el Concilio de Jerusalén y la integración de los gentiles con pleno derecho en las comunidades cristianas, estas se distancian definitivamente de las sinagogas y comienzan a desarrollar cultos propios, fundamentalmente centrados en tres aspectos:
Formalmente, el culto cristiano no fue al principio sustancialmente diferente del judío y fue separándose poco a poco de la liturgia judía, aunque la presencia de elementos “gentiles” era cada vez más abundante. Algunos afirman que todavía a comienzos del siglo IV no se había consumado de facto la escisión entre judíos y cristianos en la Península, y que las relaciones entre ambas comunidades eran estrechas y tenían prácticas litúrgicas comunes.
Así aparece recogido en las actas del primer concilio cristiano conocido, el de Elvira (ciudad cercana a la actual Granada), y que se celebró hacia el año 300 ó 303, previo a la gran persecución de Diocleciano. Presidido por el famoso obispo Osio de Córdoba, en él se determinan las relaciones de los cristianos con el resto de comunidades judíos, herejes y paganos y, específicamente, se alude a la celebración de la Cena del Señor y los sacramentos, transmitiendo las primeras noticias fidedignas de los ritos específicos de la Iglesia de Hispania.De todas formas, la importancia del culto sinagogal en la liturgia cristiana es patente, sobre todo, en dos aspectos:
Tras la caída del Imperio romano (476) y con la instauración en Hispania y sur de la Galia del Reino visigodo de Toledo, se consolida la unidad y especificidad de la Iglesia hispana, aferrada a la tradición latina y en continua lucha con el arrianismo
La fortaleza de la Iglesia hispana se ve reflejada tanto en su actividad conciliar (se celebraron catorce concilios nacionales en Toledo, más numerosísimos provinciales en Zaragoza, Tarragona, Cartagena, Sevilla, etc.) como en la cantidad de eruditos eclesiásticos, que van desde la monja Egeria a San Isidoro de Sevilla, pasando por personajes como Fructuoso y Martín de Braga, Leandro de Sevilla, Ildefonso de Toledo, Braulio de Zaragoza, etc.
La fijación y la riqueza de la Liturgia hispánica queda reflejada en los cánones conciliares y en los escritos eclesiásticos, especialmente De ecclesiasticis officiis y Regula monachorum de san Isidoro de Sevilla.
El pecado original, miniatura mozárabe del Beato de El Escorial, Real Biblioteca
del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ms. II. 5 f.° 18.Tras la conquista musulmana de la península Ibérica en 711, la vitalidad y originalidad de la Liturgia hispánica se ve extrañamente salvaguardada, tanto en los núcleos cristianos que quedan aislados al Norte, como en las comunidades cristianas que permanecen bajo dominio musulmán.
Aunque el dinamismo de la sociedad andalusí permite a los cristianos participar en la cultura civil asumiendo el árabe o las lenguas bereberes como lengua culta, mantienen el latín como lengua de comunicación interna y ritual, y conservan intacto el legado litúrgico y musical de época visigoda. La progresiva presión sobre esta población cristiana provoca un creciente movimiento migratorio hacia el Norte. El traslado de esta población y la creación de nuevos asentamientos mozárabes en zona cristiana crea dos tradiciones litúrgicas que evolucionan diferentemente, y una tercera centrada en los monasterios hispánicos:
A mediados del siglo XI, el rito hispánico comienza a ser suplantado por el rito romano. Los reyes de Navarra y Castilla facilitan la entrada de monjes bajo la regla de San Benito y se adhieren a las tesis reformistas de los papas Urbano II y Gregorio VII. La normalización de la liturgia romana frente a la hispánica comienza en los dictados del Concilio de Coyanza (1050), en el que se permite a catedrales y abadías a adoptar el canon romano. La resistencia del clero local es bastante grande, pero la situación se vuelve muy desfavorecedora bajo el reinado de Alfonso VI de Castilla. En 1080 convoca un concilio general de sus reinos en Burgos, y declaró oficialmente la abolición de la liturgia hispánica y su substitución por la romana. Como la oposición del clero y el pueblo a esta innovación fue grande, también celebró dos actos simbólicos: un torneo en el que dos caballeros defendían al rito hispánico y al romano, respectivamente (que concluyó con la victoria del primero), y un juicio de ordalía, en el que fueron sometidos al fuego dos misales, uno hispánico y otro romano; cuentan las crónicas que, como el misal hispánico no se quemaba, el propio rey se acercó a la hoguera y lo pateó hacia las llamas, declarando al rito romano vencedor. Sin embargo, durante la reconquista de Toledo (1085), vuelve a plantearse la pervivencia del rito hispánico, ya que la población mozárabe de la ciudad se negaba a abandonarlo. Como concesión en el pacto de conquista, seis parroquias toledanas obtuvieron permiso para conservar la antigua liturgia, y en contraprestación, el papa, con la aquiesciencia del rey castellano, nombró como primer arzobispo de Toledo al cluniaciense don Bernardo. El rito hispánico se mantuvo, a partir de esta fecha, solo en las comunidades cristianas bajo dominio musulmán (los llamados mozárabes), aunque en progresiva decadencia.
Durante el resto del proceso reconquistador, tanto castellano como aragonés, una de las cláusulas siempre presentes en los pactos de tregua o rendición era la renuncia del clero y del pueblo mozárabe al uso de la liturgia visigótica, por lo que los usos antiguos van desapareciendo cuando los diversos territorios son reincorporados a los reinos cristianos. Solo hubo una salvedad en la ciudad de Córdoba, reconquistada por san Fernando ya en el siglo XIII, pero la emigración de los mozárabes hacia el Norte y la repoblación subsiguiente con castellanos mesetarios, hizo que no perviviera más de cincuenta años.
La reforma de Cisneros
Francisco Jiménez de Cisneros,
Cardenal y Arzobispo de Toledo.
Con todo ello, la liturgia fue perdiendo aceptación rápidamente, y solo se conservó en la ciudad de Toledo, en condiciones bastante precarias.
La liturgia mozárabe se ha mantenido y celebrado sin interrupción en España fundamentalmente gracias a la Comunidad Mozárabe de Toledo y al empeño principalmente de los Cardenales Cisneros y Lorenzana.
A mediados del siglo XIX la Iglesia Española Reformada Episcopal, por iniciativa de su Primer Obispo, comenzó también a utilizar para sus cultos, la antigua liturgia hispana.